Jamás olvido el primero de febrero de cada año, por dos razones de peso: porque ese día cumplía años mi papá, que murió muy joven, antes de cumplir los 50; y porque en 1979 y exiliado en México recibí la noticia de que el último amigo y compañero de quien me había despedido en Buenos Aires, en Mayo de 1976, Héctor Oesterheld, había caído en manos de esbirros de la dictadura.
En el exilio las malas